No hay ni presente ni futuro si no se tiene pasado. Somos el reflejo de nuestra historia y a treinta y un años de aquel 4 de diciembre de 1977 deberíamos hacer una reflexión de cuál ha sido el fruto que nos proporcionó aquella eclosión de iniciativas individuales y colectivas que tuvo su expresión en el arte, la cultura, la empresa... La sociedad civil dio un salto de gigante después de cuarenta años de dictadura. Hubiera sido muy difícil en aquellos momentos pensar que viviríamos una involución, que un nuevo régimen enterraría una vez más las inquietudes y esperanzas de un pueblo compuesto por un colectivo humano de ocho millones de personas, el territorio con más habitantes de España y el segundo en extensión, con salida a tres continentes, al Mare Nostrum y al gran océano.
Un ejemplo de esa involución ha sido la baja participación en el referéndum de nuestro Estatuto de Autonomía, nuestra carta magna, la constitución de los andaluces, que apenas fue aprobada por el 27% del electorado, con una abstención del 63’72%, casi veinte puntos menos que en el referéndum de 1981. Un estatuto legal pero deslegitimado, alejado de los ciudadanos. Suspenso para nuestro Parlamento.
No lejos de este ejemplo está la renuncia del Presidente de la Junta al ejercicio del principio de autonomía, al convocar sistemáticamente las elecciones autonómicas conjuntamente con las generales. Difícil es hablar de nuestros problemas mientras estamos debatiendo sobre la solución a los problemas de los demás.
Nadie es ajeno en el Hospital de las Cinco Llagas a la distancia abierta entre la sociedad civil y la política. En treinta años, los partidos han convertido a la mayoría de las organizaciones sociales en un apéndice de sus instituciones o en meros clientes de los presupuestos de la Junta, creando un vacío de poder entre los ciudadanos de a pie y los poderes públicos, facilitando de esa manera la instalación de un régimen clientelar.
No hay un proyecto común y propio para nuestra sociedad. Trabajamos, como pueblo, para el vecino. Basta ver el papel que tenemos asignado dentro del Estado para darnos cuenta de esta realidad. Ahí está la verdadera deuda histórica con Andalucía, en el papel subsidiario que se nos asigna, que no se soluciona con una cantidad de dinero, cuestión que por otra parte nos hace aparecer de cara a las demás Comunidades Autónomas como simples pedigüeños: otra vez los andaluces pidiendo limosna. Cambiamos dignidad y solución real a nuestros problemas estructurales por dinero, y ahí, una vez más, todos los grupos parlamentarios están de acuerdo.
La crisis va a sacar a flote la debilidad de la estructura política, social y económica de la teórica octava potencia del mundo (tela, casi ná), y en Andalucía dará como resultado que de cada tres parados españoles uno sea andaluz; que la mayoría de los desahuciados por no pagar la hipoteca en España serán andaluces; que los peores salarios, las más débiles estructuras de apoyo a las empresas, el mayor fracaso escolar y un largo etcétera estarán en Andalucía. Lo que dará como resultado que nuestra salida de la crisis sea mucho más traumática (¡qué eufemismo!) que en el resto del Estado.
Es cierto, y no tengo ninguna duda, que en nuestra tierra existe un régimen, un régimen moderno donde las prebendas para sostenerlo están bien repartidas entre las elites mientras una amplia base social resulta damnificada. Es muy difícil salir de este círculo vicioso, pero los tiempos difíciles también son tiempos de oportunidades. Nuestro pueblo no se merece lo que tiene. ¿Por qué debemos guardar silencio? Eso también nos hace cómplices
No hay comentarios:
Publicar un comentario