viernes, 25 de diciembre de 2020

Un triste cuento de navidad (En un centro de menores).

 


Ulán Bator, Mongolia, 24 de diciembre de 2020.

 

No sé si estaréis al corriente, pero en Mongolia hay un sistema de protección de menores muy parecido al nuestro. De hecho, yo diría que idéntico. Porque yo tengo un amigo allí trabajando, Wenceslao se llama, que me ha contado que le ha pasado una historia que perfectamente podría haberme ocurrido a mí. Os cuento.

Hace unos días ingresó en un Grupo Educativo de Convivencia (de ahora en adelante GEC), -el centro de menores delincuentes donde trabaja mi amigo, para que nos entendamos- un chaval de 14 años. Cabe decir que ésta es la edad mínima para entrar en este tipo de centros. Si hubiera tenido 1 año menos no podría haber ingresado en ese centro. Un GEC es un recurso gestionado por la Consejería de Justicia (De Ulam Bator, claro está) para enviar a los chicos o chicas menores de edad que tengan alguna medida judicial por cumplir; bien por delincuencias varias, consumo o venta de droga, violencia filoparental, destrozo de mobiliario urbano, robo... o todo junto.

Pues bien, este niño, llamado Naran, ingresó en el GEC hace un par de semanas. Para poneros en antecedentes y aún a riesgo de que podáis no ser imparciales y justos con esta historia, os contaré que Naran ingresó en el GEC por haberle pegado a la madre y amenazado a la tía porque ambas no querían darle el móvil. Había perdido 4 en los últimos meses. Y tras un momento de violencia importante con su madre, esta decidió denunciarle. Supone Wenceslao que habría habido más guantazos, tirones de pelo o insultos anteriormente… Vaya, que muy harta tenía que estar la madre para llegar a este extremo. O no. Pero según me cuenta Wenceslao cuando llegó al centro todo parecía normal, “no parece mal chaval”, me dice.

Conforme fueron pasando los días, en el GEC iban descubriendo las enormes carencias afectivas, conductuales y comportamentales de Naran. Todos, educadores, psicólogo, trabajadora y director se iban percatando de los altos niveles descompensatorios y de todos los factores de riesgo que presentaba Naran. Algo fuera de lo normal incluso para este centro. Los test que se la hacían, la historia familiar, el informe de su antiguo centro educativo, las historias que él cuenta de su vida y la propia observación de los trabajadores del GEC no dan lugar a dudas. La vida de Naran había sido abandonada, tirada por la borda, hacía mucho tiempo.

Cada día que pasa, los trabajadores se impresionan más con Naran. ¿Cómo puede un chaval de 14 años ser analfabeto hoy en día? Matricularon a Naran en 1º de ESO y según su profesor actual, Naran no es que no dé el nivel de secundaria, es que tiene un nivel de lecto escritura y comprensión comparable al de 2º de primaria. No saben con qué edad dejó Naran de ir al colegio, pero están seguros que fue hace muchos años. Esto te hace plantearte cómo es posible que no se hubiera avisado antes a los servicios sociales de Ulán Bator del absentismo tan brutal que había mantenido Naran; y cómo había sido posible que los mismos no hubieran hecho nada; o cómo desde el centro escolar habían permitido tales niveles de retraso.

Además, según le cuenta el propio Naran a Wenceslao, se dedicaba a vender naranjas en la puerta de supermercados, la madre no trabaja (tiene una pensión del estado) y ambos llevaban unos meses traficando con drogas. Habían alquilado ilegalmente un piso que usaban como “punto de venta” y le contaba a mi amigo, no sabemos si es cierto o no, que llegó a ganar 4000€ semanales (al cambio, claro está).

Tampoco voy a entrar en muchos más detalles de la vida de Naran, pero os daré algunos datos más para que lo conozcáis un poco mejor. Naran ha ido al psicólogo en alguna ocasión y se medicaba para su TDAH, aunque había dejado las pastillas hacía meses por que según él le dejan “atontao”. En el instituto donde está ahora juega al pilla-pilla con sus compañeros de 12 años y en su primera semana de clases le ha dado tiempo a insultar a varias profesoras, a que le pongan varios “partes por mala conducta” y “ha salido” con 3 niñas. Por supuesto fuma. A veces cuando habla, me cuenta mi amigo Wenceslao, ni se le entiende, y otras veces, la mayoría, hay que corregirle alguna palabra. Todo esto le está llevando y le va a llevar a sufrir bullying en el futuro, casi seguro. Cuando llegó no sabía ni coger una escoba. No se sienta bien en la silla y por supuesto no hacía su cama ni ordenaba su armario. Si bien conductualmente no muestra desequilibrios agudos (al menos por ahora); con respecto a sus hábitos y en la convivencia con sus iguales es como un niño de 10 años.

Esto tiene aspectos positivos y negativos. Por ejemplo, si ven una película en el GEC en la que hay alguna escena amorosa él quizá ni la entiende bien, pero como quiere seguir la corriente de sus compañeros mayores que él para sentirse integrado o querido, se ríe igual o hace los mismos comentarios graciosillos. O sus compañeros de 16 o 17 años, curtidos en la calle con otro tipo de experiencias y mucho menos infantiles, le hacen alguna broma o comentario claramente hiriente y él no se da cuenta de hasta qué punto le están faltando al respeto. Bendita inocencia. Todos estos detalles al final hacen que una actuación integral con Naran en un GEC sea como tirarte a una piscina con los ojos tapados. Algo tan difícil como incierto y necesario.

               Y, ¿A quién se le echa la culpa de la situación de Naran, si es que alguien la tiene? Algunos podrán decir que al sistema de protección de menores que no ha hecho nada, aun siendo su familia, casi al completo, beneficiaria de los servicios sociales y presentando claros factores de riesgo desde hacía tiempo como para haber actuado mucho antes. Otros podrán argüir que es del colegio, que no denunció en su día el absentismo o no ayudó lo suficiente a Naran. Otros podrían argumentar que de esta sociedad tan voraz y competitiva que expulsa a los más débiles (pobres, con capacidades diferentes, enfermos, sin estudios…) dejándolos en la miseria e indignidad más absoluta.

Wenceslao, en este caso concreto, y aunque sabe que no debería hacerlo, le echa la mayor culpa a la familia cercana. Evidentemente sabe que no son los únicos responsables. Que todo el sistema judicial y de protección de menores, círculos cercanos, amigos, colegio, familia, etc; tienen parte de responsabilidad. Pero a Wenceslao le llena de pena, rabia e impotencia pensar en toda la dejadez, falta de empatía e irresponsabilidad de ese padre y madre para/con Naran.

Si para nosotros es duro (o debería serlo) pensar y reflexionar sobre qué se podría haber hecho y qué se ha dejado de hacer para llegar a que Naran esté sólo (por que sus compañeros están de permiso), un 25 de diciembre, en un GEC, con un educador que conoce de hace unos días, lejos de su casa, sin móvil (porque no lo tiene permitido) y preguntándose qué ha hecho mal para merecerse esto o cuando volverá a ver a su madre… Imaginaos lo duro que es para él.

Pero ¿qué clase de sociedad somos, que desecha la vida de un niño como el que baja a tirar la basura cada noche? ¿Qué ha fallado para que lleguemos a esta situación con cada vez más menores? ¿El sistema educativo? ¿Los servicios sociales? Cada vez somos más individualistas, egoístas y nos damos menos cuenta o nos afectan menos los dramas que puedan ocurrir a nuestro alrededor. Gandhi dijo que vez “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que se trata a sus niños y niñas”. (En verdad es a los animales, pero a los niños y niñas también cuadra).

No Naran. Da igual lo que hayas hecho. La culpa no es tuya. Es que en Mongolia nos estamos volviendo mongolos. Más Educación Social por favor. Por Naran. Por todos los Naran.

 

P.D: Mongolia está más cerca de lo que creemos. Mongolia podría ser… Andalucía mismo. De hecho, lo es.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenisima reflexión, cada vez hay mas niños como él y cada vez somos un sistema mas ineficiente. Tenemos mucho que cambiar y mejorar.